La Pura Polaka | Jaime Esquer
~Acapulco será el Ayotzinapa de López Obrador.
~Waterloo fue la última batalla de Napoleón Bonaparte en 1815, donde perdió y fue obligado al destierro, luego de haber sido un exitoso estratega militar al servicio del imperio francés de esa época.
Mexicali, B. C. 3 de noviembre de 2023.- La tragedia de Acapulco quedará marcada en el presidente López Obrador en la misma medida en que el caso Ayotzinapa del año 2014 marcó negativa e indeleblemente al gobierno de Enrique Peña Nieto.
Los dos casos, paradójicamente sucedidos en el estado de Guerrero, fueron muy similares, -guardadas todas las proporciones- pues en los dos hechos no hubo por parte del gobierno una atención inmediata a la situación de emergencia, se dio un
pésimo manejo de la comunicación política y no se desplegaron las estrategias correctas en tiempo y forma para la atención a los damnificados y especialmente para el control de daños a la imagen presidencial y a la del propio gobierno.
Y las que hubo, en las dos situaciones fueron infames, pues lejos de contribuir a contener la crisis política que ya se venía, contribuyeron a empeorarla, atizando el fuego de la crítica y de la irritación y el repudio social generalizado.
Cuando sucedió lo de los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa fue un viernes 26 de septiembre del 2014 y una vez que el hecho fue difundido como noticia principal, el gobierno tardó en reaccionar y en dar una respuesta rápida y contundente, pensando tal vez que ese incidente se iba diluir, a bajar de intensidad y a perderse como una nota roja más de fin de semana, lo que generó un peligroso vacío informativo gubernamental que de inmediato fue aprovechado por los grupos de oposición, principalmente por los más radicales de la izquierda política que en ese tiempo aún coexistían agrupados, unos en el PRD y otros en morena, que en esos momentos era todavía un partido en gestación, pues no terminaba de consolidarse ni de concluir su migración del perredismo hacia el morenismo.
Lo mismo pasó con lo del huracán que en cuestión de minutos devastó la ciudad de Acapulco, cuando el gobierno encabezado por el presidente López Obrador, desoyendo las voces y avisos de alerta desestimó la fuerza y el poder de la naturaleza, en ese desdén que siempre han tenido por el medio ambiente.
Fue evidente que no valoraron la magnitud del meteoro ni la dimensión de la tragedia en puerta, a pesar de que fueron previamente informados y advertidos por agencias gubernamentales de Estados Unidos y por organismos que se dedican al estudio de los fenómenos climáticos y ambientales.
Literalmente les valió gorro; es decir, no les importó, creyendo quizá que el huracán no sería más que una simple llovizna o si acaso una tormenta tropical que se iba a desvanecer sin provocar mayores daños.
Pero tal y como ha sucedido con el gobierno de López Obrador en los cinco años que lleva de administración, la realidad los rebasó una vez más, aunque se nieguen a aceptarla y muy a pesar de sus “otros datos”.
Aquí la pregunta es:
¿por qué el presidente no fue a Acapulco a encabezar personalmente la atención y las tareas de reconstrucción y con su ejemplo convocar a la unidad nacional en favor de las víctimas?
Porque eso es lo que haría cualquier presidente de cualquier nación del mundo ante una conflagración…
Y eso es lo que hace un verdadero líder y jefe de estado, poniendo él primero el ejemplo para convocar a la solidaridad y a la unidad nacional para la reconstrucción, por encima de diferencias e ideologías políticas y partidistas.
Pero el presidente no fue y hasta hoy no ha ido y todo indica que no irá.
Casi al cuarto día de la brutal destrucción que dejó la gigantesca tormenta, el sábado 28 entrada la tarde, el presidente difundió un mensaje a la nación a través de un video de 25 minutos, en el que le dedicó la mitad de ese tiempo a destilar odio y a cuestionar duramente la tarea de los medios de comunicación por las imágenes y la información que al cumplir con su trabajo estaban difundiendo.
Igualmente culpó a su villano favorito, el periodista Carlos Loret de Mola; a los ex presidentes Felipe Calderón y Vicente Fox; a los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, a los neoliberales y a los conservadores y a medio mundo…
Desde el principio del mensaje no inició hablando del evento, ni de las pérdidas humanas y materiales, ni de las acciones de apoyo que emprendería su gobierno.
Tampoco envió mensajes de apoyo y solidaridad a las familias afectadas, ni hubo palabras de consuelo y esperanza para quienes lo perdieron todo.
Fiel a su estilo, los primeros 13 minutos de la grabación los dedicó a criticar y cuestionar a sus enemigos imaginarios que él mismo ha creado en el inconsciente colectivo, (igualito que en sus mañaneras) pero del mensaje de aliento y apoyo que los mexicanos y particularmente los acapulqueños esperaban, no hubo nada.
Fue solo hasta pasada la primera mitad del discurso cuando empezó a dibujar una narrativa referente al hecho del huracán, pero hueca, difusa y vaga en su contenido; plagada de dislates y de los lugares comunes y de las promesas que repite a diario en sus conferencias mañaneras.
Verdaderamente lamentable.
El presidente desperdició lo que bien pudo haber sido la plataforma para el relanzamiento de su gobierno y de su propia imagen presidencial, si hubiera actuado con sensatez y con un mínimo de inteligencia y sentido de humanidad.
La realidad es que López Obrador no ha estado en Acapulco y no estuvo ni durante ni después de la tragedia.
Porque no hay ni un solo testimonio que acredite que el miércoles 25 de octubre el presidente haya estado ahí, como se trató de hacer ver, luego del denigrante y bochornoso espectáculo que se difundió por todo el mundo, en el que ese día se le vio atascado en un vehículo militar junto a las cabezas responsables de la seguridad nacional.
Y menos hay testimonios de que el presidente haya ido posteriormente a Acapulco.
¿Por qué no fue?
La respuesta es muy sencilla:
Por miedo…
El presidente no es ningún tonto, aunque a veces no se le dificulte parecerlo.
La verdad es que sabe y conoce a la perfección la manera en que reacciona el pueblo mexicano.
Y la hipotética explicación es que cuando decidió irse por tierra, a sabiendas de que la carretera estaba bloqueada y a pesar también de la advertencia de los militares, ya sabía perfectamente lo que iba a pasar y como “comandante supremo” ordenó que el viaje se hiciera por tierra, pudiendo haberlo hecho en cualquiera de las naves aéreas de las fuerzas armadas mexicanas, pero esa no era su intención.
Porque el presidente estudió y visualizó muy bien la situación y prefirió pasar por tonto y por cobarde, que enfrentar a la turba que para esos momentos ya estaba enardecida, desatada e incontrolable en Acapulco.
AMLO no se quiso exponer a los reclamos y quejas de una población dolida, exaltada y fuera de sí por haberlo perdido absolutamente todo en muchos de los casos, pero especialmente para no enfrentar el coraje de los ciudadanos que estaban super encabronados por la falta de respuesta de las autoridades locales, las del estado y las principales responsables del gobierno federal que encabeza él como presidente, que era precisamente de quien más esperaban.
En Guerrero el gobierno del estado es de morena, el municipal de Acapulco es de morena, el congreso estatal es mayoría de morena y el gobierno federal es igualmente morenista.
¿A quién echarle la culpa entonces?
¿A Calderón?…
¿A Dios?…
¿A los extraterrestres?
La premisa en este planteamiento es que López Obrador no fue a Acapulco porque no se quiso exponer a ser grabado en medio de las protestas y reclamos ciudadanos con una monumental mentada de madre, que luego hubiera sido expuesta en las redes sociales y utilizada y explotada como bandera de la oposición en su contra, pero especialmente como prueba del rechazo ciudadano a su gobierno, cuyos efectos colaterales para su candidata presidencial hubieran sido de proporciones todavía peores.
La midió muy bien.
Aunque su decisión de no ir lo haya hecho quedar inmortalizado en una imagen en la que apareció atascado, ocasionando que fuera percibido y etiquetado por los ciudadanos como un tonto y también como un cobarde.
De cualquier manera, eso para él fue el menor de los daños.
Aquí lo grave del asunto es que con eso se llevó entre las patas a los militares.
Se dice que a causa de ello entre las fuerzas castrenses hay un enorme malestar, peor aún al que de por sí ya había.
Y no solamente de Crescencio, que es el general Luis Crescencio Sandoval González titular de la SEDENA, sino del verdadero poder que subyace en su interior, encabezado por los generales en retiro y por altos mandos militares en funciones, que han sentido como desde el inicio de este gobierno han sido humillados, ofendidos, limitados y minimizados como fuerza castrense, de una manera nunca antes vista en la historia del país, a pesar de que el presidente López Obrador los ha querido compensar dándoles jugada y participación en casi todas las actividades del gobierno, también como nunca antes había sucedido.
Sin embargo, el aparente mal menor que de acuerdo a esta hipótesis escogió López Obrador, se le salió de control, pues el problema de Acapulco no fue atendido y menos resuelto, ya que tuvieron que pasar ocho largos días de una gran tragedia, sufrimiento, dolor y desilusión para miles de familias, para que hasta entonces el gobierno respondiera tardíamente con un documento de varios puntos, que como plan y como planteamiento teórico-discursivo, algunos enunciados suenan bien, pues de concretarse representarían apoyos y beneficios para la población, pero solamente son palabras y promesas y la palabra presidencial se encuentra en estos momentos ya muy devaluada, a causa precisamente del incumplimiento de sus compromisos y del exceso de mentiras que el presidente repite y repite a diario y sin pudor alguno en sus mañaneras.
El mandatario se ha devaluado por tantas y tantas promesas que nunca cumplió, por las múltiples ocurrencias y expresiones sacadas de la manga, como aquella de _“vamos a construir una ‘farmaciota grandota’ que tendrá todas las medicinas del mundo”,_ o la otra cuando dijo _“para diciembre tendremos un sistema de salud como el de Dinamarca”,_ que repitió una y otra y otra vez y nada se hizo.
Será que no dijo diciembre de qué año…
Y ni que decir de la gasolina a 10 pesos el litro, del gas Bienestar, de las universidades del Bienestar que nadie conoce, de los bancos del Bienestar, la mayoría de ellos cerrados o sin cajeros y otros más que son el puro cascarón y construidos en medio de la nada…
Lo mismo con la rifa del avión presidencial, cuando aseguró muy orondo que con las ganancias se iban a construir hospitales y se destinaría también para apoyar a escuelas del medio rural.
Igual aquella otra mentira del inicio de su gobierno, cuando prometió trasladar a los estados todas las dependencias federales, al igual que otra clásica más que se aventó más o menos a la mitad del sexenio; _“me dejo de llamar Andrés Manuel si no logramos distribuir las medicinas hasta los pueblos más apartados y a todos los rincones del territorio nacional”…_
Hoy, a once meses de entregar su gobierno, en muchos hospitales públicos del país siguen todavía sin tener siquiera unas curitas.
Pero aquí lo políticamente peor para el propio López Obrador y su gobierno, es que a estas alturas es inevitable para la población hacer las comparaciones con los anteriores presidentes.
Y a pesar de la fama de corruptos y de ratas que justificadamente se cargaron muchos de ellos, nunca en ninguno de los casos se les vio en situaciones tan deplorables, tan ruines y tan indiferentes al dolor humano como las que ahora son cotidianas con el presidente López Obrador, que con su comportamiento, su imagen y expresiones ha hecho pedazos la investidura presidencial y todo lo bueno que debe inspirar y representar para México y para el resto del mundo…
Triste final para un sexenio del que se esperaba tanto.
Y ni modo de acusar a la naturaleza y a Dios de ser neoliberales y conservadores y de estar confabulados en su contra, como partes de la “mafia del poder”.
Para el presidente López Obrador esta pudiera ser su última batalla, como lo fue la de Waterloo para Napoleón Bonaparte.
Aunque aún le quedan once meses para seguirla regando…
Y a propósito:
¿por qué hasta hoy ni un solo gobierno de Estados Unidos o de Europa se ha solidarizado enviando apoyos al de México como sí lo hacían antes en situaciones de emergencia por temblores, ciclones y por otros desastres?
Y tampoco lo han hecho los que se supone son socios y aliados, como la dictadura cubana, nicaragüense y venezolana, ni los gobiernos de Brasil, Bolivia, Colombia, Honduras, Guatemala, Chile y Argentina, con los que tanto se presume la identidad política e ideológica…
Y a todo esto:
¿y la señora esposa del presidente dónde está?…
¿No debería estar motivando y alentando con su presencia la solidaridad nacional y la suma de apoyos de la sociedad mexicana para la pronta atención a las víctimas?
Pero de este tema y de otros peores de candentes seguiremos platicando en la siguiente edición.
(CONTINUARÁ)
* El autor es escritor y analista político, su opinión no refleja la línea editorial de este medio.
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