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Jaime Martínez Veloz | FMX

Tijuana, B. C. 25 de marzo de 2022.- A 28 años del asesinato de Colosio, ¿qué tenemos? Un crimen irresuelto que ha servido para alimentar sospechas, golpear y calumniar. Decenas de rumores que se interpretan con más o menos responsabilidad, conjeturas que se acumulan y la frustrante sensación de que estamos tan lejos de esclarecer lo sucedido aquel 23 de marzo de 1994 como al principio.

Tenemos, también, dos Colosios. Uno acartonado, con tintes de leyenda, ajeno a las personas de carne y hueso, mencionado en discursos, pero no rescatado en acciones políticas, ni de su partido, ni de gobierno alguno.

Sin embargo, hay otro Colosio. Este es el ser humano falible, el político que aprendía y que procuró acercarse a los ciudadanos con mayores carencias, tanto como presidente del partido como en su papel de secretario de Estado y luego candidato a la presidencia. Este es el Colosio perdido entre los discursos.

Hay aspectos de su trayectoria que me parece importante rescatar. Colosio asumió la candidatura más difícil que le ha tocado a ningún priísta en la historia de su partido, hasta ese momento.

Su campaña se enfrentó a una doble dificultad. Por un lado, el escepticismo y la crítica soterrada de sectores del propio PRI. Por otro lado, se enfrentó con el escepticismo y la desconfianza de amplios sectores sociales que habían sido lastimados por el autoritarismo y la crisis.

Sabiendo de estos obstáculos, acometió su campaña con entusiasmo, dedicación y patriotismo. En esos pocos meses de recorrer la República tal vez no ganó la proyección a la que él aspiraba, pero rescató la confianza de grupos sociales y de las bases del partido que muchas veces habían sido marginadas. Más aún, se ganó el respeto de sus adversarios, que no enemigos, políticos. Esto no es poco.

A lo largo de su campaña propuso un cuerpo de ideas que tal vez no alcancen el tamaño de proyecto de gobierno, pero que en su médula representaron la formulación más acabada que el PRI había logrado en su historia.

Tres propuestas, de entre otras, destacan: el combate a la pobreza, la reforma del partido y la reforma del poder.

Combate a la Pobreza

Con relación a la primera, Colosio supo hacerse eco de las muchas voces críticas que desde todos los ámbitos señalaban la pobreza como la tarea más urgente. Bajos niveles de vida y una enorme desigualdad social y económica son los mayores obstáculos para lograr una nación democrática, desarrollada, justa y soberana. Él lo sabía y comprendía que era necesario llevar a cabo un esfuerzo extraordinario y central por parte del gobierno y de la sociedad, para cerrar la brecha de la desigualdad.

Reforma del Partido

La segunda propuesta, la de reformar al partido, fue bien recibida por priístas cansados del lineazo y de la disciplina acrítica. Colosio proponía cambiar al partido no por el camino de destruir sus estructuras, sino por el de su renovación. También deseaba que se crearan otras estructuras con grupos de ciudadanos emergentes que no encontraban cabida en otra parte. Quería un partido ganador, honesto. Pero sobre todo vinculado a las causas sociales

Reforma del Poder

Tal vez la idea más importante que lo animó al final de su vida fue la de reformar a fondo el poder. Cambiar a la política no solamente en su ámbito electoral, sino en cuatro aspectos fundamentales: en la relación gobierno-sociedad, en la relación entre Poderes y niveles de gobierno, en la relación gobierno-partidos y en la administración de la justicia.

Rescatar a Colosio sin retomar sus propuestas no sólo es un ejercicio aséptico sino falso. Su figura puede pasar a formar parte del panteón de los héroes o puede pasar a ser el político propositivo del que hay que atender y continuar sus ideales.

El brutal crimen que impactó a la nación. El hecho desde siempre ha sobrepasado el asunto policiaco para situarse en el escenario político como una sombra que no juega ningún papel, pero que está siempre presente.

La muerte de Colosio pesa sobre la credibilidad del sistema de justicia y de las instituciones, junto con todos los otros crímenes que no han sido resueltos ni explicados o lo han sido de manera dudosa.

El crimen también pesa sobre los hombros de aquellos que ya sea por resignación ante lo que juzgan irresoluble o bien por la indignidad callada de no reclamar justicia para sus muertos, guardan silencio ante el correr de los días. Como si el tiempo pudiera restañar la credibilidad perdida.

Entre la bruma del mito y de los homenajes póstumos, pero inofensivos, vale la pena tratar de prefigurar lo que en términos humanos fue el político sonorense. También es importante señalar la gravedad que tiene para el país su crimen irresuelto.

Colosio no es una leyenda, no debe serlo.

No fue un político infalible, pero sí un político preocupado, por las causas sociales.

No fue el hombre de las grandes respuestas, sino el que esforzadamente propuso caminos y alternativas.

Es dudoso que en el trajín cotidiano de sus actividades políticas y administrativas haya podido conformar algo parecido a un ideario político en el más estricto sentido.

Fue un político priísta que tuvo la virtud de evolucionar en sus últimos seis años de vida en la misma dirección y en consonancia con la evolución del país. Pasó de ser un político que vivía a la sombra del presidente en turno a ser un político en busca de un perfil propio, con ideas muy claras que habían ido madurando en el transcurso de los años de debate interno y de acercamiento con la realidad lacerante del país.

Luis Donaldo Colosio Murrieta tiene dos valores en la actualidad política de México. El primero es de vida y se refiere al hombre como referente político de un partido que tal vez quiso ser y de un momento histórico que aún no acaba de ser develado y comprendido. El segundo es, por desgracia, de muerte. Con el asesinato de Colosio se confirmó aquello que varias señas más o menos evidentes se obstinaban en demostrar: el fin de una época.

En su discurso de protesta como presidente del CEN del PRI, el 3 de diciembre de 1988, junto al contenido tradicional de este tipo de textos, llamó la atención sobre algunos puntos básicos que habrían de acompañarlo en los siguientes años: aceptar y prepararse para la competencia política entre partidos; luchar desde el partido por la consolidación de la democracia hacia afuera y no temer el discutir “en voz alta, dialogar permanentemente entre nosotros…” para ver en la democracia interna una forma de buscar un nuevo tipo de “…unidad fundada en consensos reales”.

En ese mismo texto, hay un explícito señalamiento para cambiar la relación con el gobierno al mencionar: “El gobierno actúa, el partido resiente”. Con esto, hacía un llamado a que los priístas se convirtieran en “los primeros vigilantes” del quehacer gubernamental.

También están claramente expuestas sus preocupaciones por acercarse a los sectores ciudadanos que el partido había desatendido por descuido, incapacidad o falta de imaginación. Jóvenes y mujeres ocupaban un lugar destacado. Dentro de esta propuesta, la organización territorial se convertía en un mecanismo a futuro para ese necesario acercamiento a la sociedad.

Para su campaña hacia la Presidencia de la República, Colosio diseñó una estrategia para sumar lo mejor de lo viejo con lo nuevo y con lo necesario, tratando de dejar atrás los vicios antidemocráticos y poniendo distancia con los grupos de interés que usan al partido para defender sus parcelas de poder.

Sobre todo, Colosio planteó su campaña como una forma de reencontrar al partido con esos sectores sociales a los que el partido no les decía nada, no les ofrecía ningún camino: colonos, mujeres, jóvenes, adultos mayores, pobres. Las “minorías” políticas, los marginados y desatendidos que, sumados, son la abrumadora mayoría de los mexicanos.

Más allá de esto, el gran aporte de Colosio es hacer que las causas ciudadanas se conviertan en el eje de la actividad política y no, como y todavía se acostumbra, que los intereses políticos de los partidos deban ser aceptados por los ciudadanos.

Colosio señaló caminos, por ello no vale recordarlo como un mito, sino como el hombre que aprendió, gracias al contacto directo con la gente, que el cambio no era una opción para la sociedad, sino una exigencia para sobrevivir y construir las bases para una convivencia armónica, justa, democrática y con certidumbre social
Editor Roberto E Lau